sábado, 25 de diciembre de 2010

Los Controladores Aéreos de la Cultura


Ante el fracaso de la Ley Sinde, estos últimos días he podido leer perlas como estas:


-Para mí es más efectiva la ley francesa, que primero advierte a los usuarios y luego actúa contra ellos, como se hace con los delincuentes, es decir, no solo contra las páginas, porque los usuarios deben saber que lo que hacen es un delito. (Fernando Savater, según este artículo donde se recogen varias reacciones parecidas)


No voy a entrar en la curiosa paradoja de que el trabajo artístico de muchos de los que más se quejan no se lo bajarían ni sus seres  queridos a punta de pistola.  Tampoco en lo triste que resulta que gente que se autodenomina artistas desprecie tan abiertamente a los seguidores de su trabajo. Me gustaría hacer un análisis un poco más general de la situación.

En nuestra sociedad hay personas que producen cosas o prestan servicios y gente que los consume. La manera en la cual los primeros son remunerados es muy variopinta. Puede ser proporcional a las horas invertidas o a la dificultad o calidad del trabajo. En cualquier caso, la forma de remuneración la deciden el mercado y las circunstancias.

Me explico. Si una empresa de bicicletas pretende cobrar a los usuarios no por la bici en sí, sino cada vez que se use, se encontrará con que:

-Cobrar a los usuarios es imposible en la práctica.

-A la gente no le sale de los cojones pagar indefinidamente por un trabajo realizado en un tiempo finito con una inversión finita.

Esto no quiere decir que cualquier empresa pueda venir y copiar el diseño de las bicis (al menos durante un tiempo). Esta es la lógica de las patentes, promover la innovación, pero nunca generar modelos de negocio que atenten contra el sentido común.

La industria de la música, los libros y el cine lleva años aferrándose desesperadamente a un modelo de negocio completamente desfasado. Hay que ser extremadamente lerdo para no comprender que intentar controlar Internet es ponerle puertas al campo. En lugar de invertir en crear sus propios portales de difusión de contenidos y desarrollar otras formas de monetizar su trabajo, se han dedicado a lloriquear de forma patética (al señor Trueba habría que recordarle las subvenciones pagadas con nuestros impuestos que recibe el cine español para generar ñordos intragables que no ve  ni se descarga nadie) y a intentar que los gobiernos les garanticen unos supuestos derechos que en realidad son privilegios bastante surrealistas.

Esto antes me resultaba cómico, pero con el panorama económico actual me parece obsceno. Si sus creaciones artísticas son un tesoro que no deberían mancillar los delincuentes que usamos Internet, que las metan en un museo. Si su trabajo no es capaz de generar beneficios sin que las autoridades les hagan de matón mafioso, tal vez deberían plantearse dejarlo y buscarse un curro normal. A  muchos nadie les echaría de menos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

so right!